La alegría de ser miembro de la Iglesia

Meditación de la palabra dominical – Domingo XXX del Tiempo Ordinario – Ciclo B

En esta ocasión podemos ver a un tal Bartimeo, un ciego indigente que pide limosnas en el camino. No es difícil darnos cuenta de que este Bartimeo somos todos nosotros, y más que nosotros, el mundo entero.

En todas las lecturas he podido contemplar a la humanidad indigente, miserable y desahuciada por la innumerable cantidad de pecados que cada día produce para su propia perdición. Incluso a nosotros que estamos en la Iglesia, se nos puede ver en la indigencia cuando pecamos mortalmente y ensuciamos la imagen inmaculada de la esposa de Cristo. Sin Dios estamos en una situación deplorable y oscura.

Sin embargo, podemos ver en la segunda lectura una explicación de lo que es un sacerdote, como es escogido, y cual es el papel que desempeña en la economía de la salvación. El sacerdote es aquel escogido por Dios para ofrecer sacrificios y dones por el perdón de los pecados del pueblo. Es el representante de los hombres ante Dios en el culto. Hemos tenido la dicha recibir al Cristo como el sumo sacerdote de toda la Iglesia. Con su muerte y resurrección nos ha alcanzado el perdón perpetuo y la apertura de los cielos para nuestro disfrute eterno unidos a nuestro Dios.

Pues bien, la Iglesia es el lugar en donde el encuentro con Cristo se lleva a cabo. Es la famosa Sión por las que se nos invita a decir: ««Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel.» La Iglesia es el pueblo desde donde Cristo llama a los Bartimeos para sanarlos de sus putrefacciones espirituales. Cristo llama a todo el mundo a unirse a la Iglesia para disfrutar de los manjares de los Sacramentos, la Palabra de Dios y la caridad fraterna encendida por el Espíritu Santo. «Cuando el hijo del hombre sea elevado, atraere a todos hacia mí». Por eso los hombres que vienen a la Iglesia comparten los sentimientos expresados en el salmo: «El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.» No importa si son ciegos, cojos, paridas o preñadas, esta comunidad tiene las puertas abiertas al mundo, pues es en donde se lleva a cabo la más alta vocación humana: unirse con Dios.

Es motivo de regocigo ser miembros de la Iglesia, y verla prefigurada en la primera lectura como el lugar de torrentes de aguas interminables. A veces los cristianos no nos damos cuenta de la magnífica comunidad de la que formamos parte, y es que a pesar de la crisis actual, la Iglesia no deja de ser ese diamante brillante que no queremos perder.

Es necesario que todos nos dispongamos a atraer a todos a Cristo, y asumamos la actitud de aquellos discípulos que le dijeron a Bartimeo: «Ánimo, levántate, que te llama.» así podremos expresar todos juntos la alegría de volver a la Iglesia cantando mientras cargamos nuestras gavillas.

Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar